El reto de las madres de hoy:educar en igualdad de género

miércoles, 18 de noviembre de 2015


Pertenezco a una generación que ha sido preparada  para desarrollar una carrera profesional,  he tenido a mi alcance, al igual que mi hermano, todos los instrumentos necesarios para obtener una titulación. En el ámbito académico jamás llegué a sentirme discriminada por ser mujer, jamás se puso en evidencia mi capacidad para conseguir lo que me propusiera, al revés, siempre he tenido un refuerzo positivo que me ha ayudado a confiar en mis posibilidades. Así he llegado hasta donde estoy, trabajando en lo que me gusta y sintiéndome realizada profesionalmente. No concibo mi vida sin mis hijos, pero necesito mi trabajo, porque me hace crecer como persona y me permite cultivar mi mente.





Esta misma generación a la que pertenezco ha crecido con el firme convencimiento de una igualdad de género, que nadie pone en duda, pero que en muchos aspectos está vacía de contenido. Porque es esta misma generación la que impone su propia definición “madre”, un concepto cargado de abnegación y sacrificio que acompaña a las mujeres desde que damos a luz, y que inevitablemente propicia juicios de valor en nuestra vida familiar y profesional.  En el trabajo está mal visto anteponer las responsabilidades familiares a las laborales, eso nos hace débiles, trabajadoras de segunda, limitando la posibilidad de ascenso y la credibilidad como profesional. En casa, nos debemos a nuestros hijos, y todo el tiempo que dedicamos al trabajo termina convirtiéndose en sentimiento de culpabilidad. A diferencia de los padres, las madres somos juzgadas constantemente, y en muchas ocasiones por otras mujeres, eso es lo peor de todo.

La ovejita que vino a cenar

miércoles, 11 de noviembre de 2015



El "Lobo Feroz", un elemento a menudo presente en los cuentos de nuestra infancia. Todos hemos crecido con sus tretas y malas artes para conseguir comer tiernos cabritillos o engañar a la incauta Caperucita. El primero de los villanos, representación del peligro, del castigo por haber hecho lo que no teníamos que hacer, el antagonista con el que los cuentos tradicionales nos enseñaban sus moralejas.

Particularmente discrepo de muchos de estos cuentos, no los considero apropiados para niños pequeños porque enseñan a través del miedo. A mi hijo le encanta Caperucita Roja, pero cuando llego a "abuelita, abuelita, que boca tan grande tienes", se me hace un nudo en el estómago y soy incapaz de terminar la historia como procede. ¿Cómo le digo a esos ojillos atentos que me miran, que hay un lobo que se dedica a comer niñas? En su lugar, el lobo feroz pretende hacerle a muchas cosquillitas a Caperucita, y es que, que un lobo se vista con la ropa de tu abuelita, se meta en su cama, intente convencerte de que sigue siendo la de siempre, y todo esto sea, porque quiere comerte...no creo que sea, ni de lejos, la mejor forma para que un niño de casi tres años concilie el sueño. De acuerdo, esto le pasa a Caperucita por no hacer caso a su madre y hablar con el lobo...pero hay otras maneras de conseguir que lo aprendan ¿o no?. Y este cuento encarna la versión light, porque aquel en el que el lobo consigue engañar a los pobres cabritillos (que si habían hecho caso a su mamá), aclarándose la voz y pasando su patita pintada de blanco por debajo de la puerta, se los acaba comiendo y termina con la tripa abierta, llena de piedras y ahogado en el río... lo veo heavy. De todos los cuentos que escuché de pequeña éste fue el que peor sensación me dejó.